Editorial del 13 de noviembre de 2022
La hipocresía de los criminales
Si algo repugna especialmente en la sociedad actual es precisamente el encumbramiento de la hipocresía más grotesca. Quienes dirigen los destinos de la nación aplican de manera burda, pero implacable, la famosa ley del embudo elevada al mayor exponente que podamos imaginar en nuestras cabezas. Cabezas anteriores a la LOGSE, se sobreentiende.
La consecuencia no es otra que la de estar viviendo una época que parece sacada de un cuadro surrealista, una especie de mundo al revés donde nada tiene sentido. Un cuento para niños donde el lobo no tiene agallas para adentrarse en un bosque, so pena de toparse con Caperucita, la roja, dispuesta a torturarlo con sus imposiciones, sus dogmas fanáticos y sus paranoias.
Se preguntaba el padre de Marta del Castillo, de manera comprensivamente triste, pero certera, si había fecha límite para buscar a su hija y no la había para las víctimas de la guerra civil. Estas declaraciones las hacía tras anunciarse que legalmente se daba por concluida la búsqueda del cuerpo de aquella desdichada niña que tuvo la desgracia de toparse con unos canallas, unos simples niñatos que no tienen ni medio guantazo y con una justicia que como casi siempre, es inmisericorde con las verdaderas víctimas pero escrupulosa hasta el tuétano con los derechos de toda clase de criminales y maleantes. Criminales que en este caso concreto, llevan tiempo mofándose de dicha justicia bajo la más absoluta impunidad.
El esperpento, por ello, está servido. Unos padres que perdieron a una hija hace unos pocos años, no contarán ya con ninguna ayuda para dar con los restos de su propia hija y darle cristiana sepultura, mientras gastamos millones en remover caminos y profanar tumbas con el fin de satisfacer únicamente a un bando que ha hecho del rencor su forma de vida. Todo, recordemos, por unos hechos acontecidos hace casi un siglo y que quienes lo vivieron decidieron enterrarlos bajo una llave de concordia, hasta que un atentado terrorista, colocó en la Moncloa a Rodríguez Zapatero, que nunca está de más recordarlo.
Pero es que esta hipocresía que mencionaba al principio la encontramos allá donde prestemos una mínima atención, toquemos el tema que toquemos.
¿Qué pensar por ejemplo de toda esta cuadrilla de cantamañanas que se reúne para concienciarnos a los demás sobre los supuestos peligros del cambio climático y que acuden a la cumbre en avión?
Luego, pagan ingentes sumas a sus medios para convencerte de que nosotros y lo que comemos, somos los verdaderos culpables de ese anunciado cataclismo que llega y que debe venir en tren vía Extremadura o Teruel porque aquí, a pesar de los vaticinios y ultimatums de una Greta casi en éxtasis, ni aparece el fin del mundo ni la madre que lo parió.
¿Tiene acaso sentido que con el coste de un bien tan esencial como es la vivienda, ganada con el sudor que proporciona el trabajo duro, la ley esté montada de tal forma que proteja a los llamados ocupas, cuando la simple escritura de propiedad que no pocos dividendos cuesta, sería único motivo mediante el cual la policía echase de inmediato a puntapiés a cualquiera que osase entrar en propiedad ajena?
¡Y qué decir del enésimo papelón de la cabeza visible del ministerio que más fomenta la desigualdad, Irene Montero, ofendida cuando una mujer es asesinada por un hombre y fría como un témpano si una niña es asesinada por su propia madre!
O con ese bodrio de ley, llamado ley de Memoria Democrática, que prohíbe admirar o ensalzar al personaje histórico que le dé a uno la real gana, atentando contra la más simple libertad de expresión ¿Cómo pueden tener la desfachatez de llamarse democrática si una mera opinión te puede acarrear un descomunal sablazo e incluso la cárcel?
En el colmo de esta tragicomedia, Correos ha tenido la ocurrencia de conmemorar el centenario de un partido de tradición totalitaria y sanguinaria como el PCE con un sello especial. Parece ser que una jueza lo ha paralizado ante el aluvión de quejas. Esperemos que no acaben por dedicarle otro al GRAPO o a ETA, aunque en esta maldita sociedad donde todo funciona al revés, convendría no descartarlo por completo.
En definitiva, queda bastante claro que ante la falta de reacción popular, la sociedad en la que nos va a tocar vivir desde ya mismo, ni podremos opinar, ni comer lo que queramos, ni estar seguros en nuestra casa, ni en la calle, ni en nuestra sepultura. Pero en fin, habrá que preguntar dónde podremos ver el mundial, que es ahora lo importante.
José Luis Morales