10 de marzo de 2024

Queremos saber

A estas alturas de año, cuando andamos rondando la mitad de marzo, dos son las fechas señaladas en el calendario que no podemos pasar por alto.

La primera de las fechas es el famoso 8 de marzo, conocido como día de la mujer trabajadora, un aquelarre feministoide de libro, que saca a la calle a unas cuantas activistas, cuyo principal objetivo es mantener determinados chiringuitos para seguir viviendo de ellos y secundadas por toda una corte de gritonas de pelos de colores y camisetas sudadas, a ritmo de batucada.

En este 8 de marzo hemos vuelto a ver lo de siempre: toda una serie de falsedades y medias verdades que gustan de corear como papagayas, pero asumidas como dogmas inamovibles: que si "nos matan por ser mujeres", que si "abajo el patriarcado opresor" o que si la "brecha salarial" de género, una mentira como la copa de un pino que jamás han conseguido demostrar, básicamente porque si una empresa oficializara una diferencia salarial en virtud del sexo del trabajador aplicada sobre la misma tarea, a la inspección de trabajo le costaría media tarde presentarse en dicha empresa y endosarle un puro tremendo, por la vía económica y la penal, al responsable en cuestión, con las cámaras delante para mayor gloria del gobierno ejecutor y justiciero.

Lo cierto es que, cada vez, dichas "manifas", como las denomina la izquierda caviar, cuentan con menos presencia tras las pancartas, una vez van viendo centenares de mujeres, que todo es una monumental tomadura de pelo que las utiliza para que las listas de turno sigan viviendo del dinero público a cargo del contribuyente y demandando unos derechos que ya tienen.

En realidad, no se trata más que del enésimo disfraz que utiliza la izquierda para colarse en las mentes más blandas. Pónganse frente a cualquiera de estas activistas, díganles cualquier verdad que les moleste, como por ejemplo, su vergonzoso silencio sobre la estrecha relación que hay entre la inmigración extrauropea y el abrumador aumento de las violaciones y comprobarán como de inmediato, tras unos temblores o espasmos, aparece ese orco estalinista que llevan dentro, para lanzarse a su yugular. Eso sí, les recomiendo que lo hagan con calzado adecuado para salir pitando si aprecian en algo sus vidas, so pena de sucumbir ante la turba.

La otra fecha, por supuesto, es la del 11 de marzo. Este año se cumple el vigésimo aniversario de uno de los episodios más terribles de nuestra historia más reciente. Aquella mañana del 11 de marzo de 2004, los españoles nos estremecíamos, pegados al transistor o a la televisión, con las noticias que poco a poco llegaban desde Madrid.

Aquel fatídico día, un grupo de terroristas colocaba y hacia explosionar varias bombas camufladas en mochilas en cuatro trenes de cercanías en la capital: unas en la misma estación de Atocha, otras en la calle Téllez, otras en la estación de El Pozo y otras en la de Santa Eugenia. El resultado: casi 200 muertos y cientos de heridos.

Dicho atentado, el más grande en la historia de Europa, se producía en vísperas de unas elecciones que terminarían con un vuelco electoral, colocando en la presidencia al socialista José Luis Rodríguez Zapatero.

Mucho se ha dicho y publicado en torno a dicho atentado. Lo cierto es que desde el primer momento, comenzó a deslizarse un relato de los hechos que se convertiría en la versión oficial del mismo; versión que muchos no hemos aceptado jamás, porque a nada que se indagaba en todo lo que dicha versión ofrecía, uno comprobaba que carecía de todo sentido y que hacía agua por todas partes.

Fue el periodista Fernando Múgica, a través del diario El Mundo, quién ya en abril de 2004, solo un mes tras los atentados, publicaba un artículo bajo el título de "Los agujeros negros del 11M" donde comenzaba a demostrar que ese relato oficial, no había por donde cogerlo.

Quizá de todo lo que se ha publicado sobre este tema, lo mejor y más reciente sea "Las claves ocultas del 11M" del periodista Lorenzo Ramírez, quien ha pasado varios años investigando y tratando de atar los numerosos cabos sueltos que quedaron tras los atentados. El propio César Vidal calificaba dicho libro no como uno más, sino como "el libro definitivo sobre el 11M".

En este vigésimo aniversario, es cierto que los delitos de tamaña vileza prescriben, pero en palabras de Lorenzo Ramírez, se hace necesario pedir a los Poderes Públicos que se continúe investigando para tratar de llegar a la verdad, máxime si tenemos en cuenta que la parte mas joven de la sociedad, conoce muy poco del tema y todo lo que conoce, como dice Ramírez, es falso.

Veinte años después queremos saber la verdad. Exigimos las respuestas necesarias y verídicas sobre quiénes idearon, diseñaron, planificaron y ejecutaron, con gran precisión y una más que evidente preparación y profesionalidad, tan terrible ataque, y quienes, a su vez, idearon y llevaron a cabo la trama que desembocó en la versión oficial, diseñada con una torpeza contrastada, consecuencia de ir actuando sobre la marcha e improvisando, para hacer caer sobre una serie de tipos un atentado de tal calibre, para el que no tenían ni la operatividad requerida ni la preparación necesaria.

Queremos saber...


José Luis Morales