10 de noviembre de 2024
Sólo el pueblo. El pueblo, solo.
Como era fácil de suponer, mientras continúan las tareas de reconstrucción y se sigue buscando todavía a personas desaparecidas, PP y PSOE andan todos los días a la gresca, eludiendo la responsabilidad en la parte que les toca a cada uno y tratando de sacar réditos políticos de una terrible desgracia.
Desde que se conoció el alcance de la tragedia, muchos nos preguntamos lo mismo ¿Servirá esto para cambiar algo las cosas en una nación cainita, que se desliza peligrosamente por un acantilado con toda una caterva de calamidades al mando? Enrique Ravello manifestaba en redes su pesimismo, basándose en la realidad más certera, cuando decía que no había unas élites transformadoras que pudieran canalizar y organizar de forma política este enorme y más que justo descontento popular, por lo que, después de los merecidos abucheos, todo seguiría básicamente igual. Esperemos que se equivoque.
Como tantas veces hemos mantenido, tampoco esta vez se trata de un simple cambio de partido o del inquilino de la Moncloa, aunque también es cierto que es urgente sacar de la poltrona al mayor ególatra y gafe que ha conocido este siglo, como es Pedro Sánchez. Pero es que en este caso, no solo ha fallado Sánchez y todo su gobierno, especialmente Defensa e Interior, que también, sino que ha quedado de manifiesto que, ante una catástrofe de tal calibre, el estado y sus instituciones no estuvieron, aunque esta vez, a diferencia de Armada, se les esperaba y de manera urgente.
Los partidos políticos y su propio interés, los presidentes autonómicos y sus ínfulas de estadista, determinadas competencias dirigidas por incompetentes, la maraña burocrática de las autonomías que acaban culminando en un caos organizativo o una jefatura del estado, que a pesar de su inmediato blanqueo, dejó palpable que solo está para dar abrazos, provocó esta reacción en cadena de la inoperancia más absoluta, mientras centenares de españoles se acercaban de inmediato a la zona, sin necesidad de esperar orden alguna, a tratar de ayudar en lo que fuera, arrimando el hombro sin dudarlo. Ya decía Gregorio Marañón que era el deber y no el derecho, el que marcaba la diferencia y categorías entre los hombres.
Así que, si hay una lección que debiéramos aprender de todo esto, es la necesidad de un verdadero liderazgo y de una idea de nación unitaria donde todos remen en la misma dirección que a día de hoy no existe. Y el primero que falla es el régimen del 78 y su sistema electoral, no lo olvidemos, que está diseñado para favorecer al bipartidismo y a los grupos separatistas, partidos que en público gustan en denostar la Constitución, mientras aprovechan todas y cada una de las concesiones que esta les otorga.
Por eso no nos sorprende lo sucedido: juntemos en un mismo cóctel las luchas fratricidas entre los dos principales partidos del régimen y ese despropósito llamado estado autonómico y tenemos el desastre servido: uno, el gobierno valenciano, sin atreverse a coger el toro por los cuernos, mostrando su escasez de medios; el otro, un gobierno central, evitando tomar el mando de la situación para que así fuera un gobierno gestionado por su rival el que cargase con toda responsabilidad. ¿Se imaginan que dicha tragedia se hubiera producido en Cataluña o la comunidad vasca? ¿Verdad que todos sabemos que gobiernos que aspiran a la independencia, jamás habrían solicitado la llegada del ejercito español o la Guardia Civil a paliar el desastre, a costa de las víctimas que fuese?
Pero no nos desviemos del tema. Se ha hecho referencia también a las infraestructuras emprendidas por el franquismo, el llamado Plan Sur, llevado a cabo tras la famosa riada del 57 y que ha contribuido a evitar un desastre mucho mayor. Es lo que tiene actuar en consecuencia cuando se tiene la autoridad y la determinación necesaria con el fin de impedir una catástrofe posterior. Exactamente lo contrario a lo que tenemos ahora. En ese sentido, se hace estrictamente necesario evitar que nos impongan un único discurso sobre el denominado cambio climático como un dogma de fé. Si verdaderamente se está produciendo un cambio en el clima, conceptos ambos que siempre han ido de la mano, habrá que actuar pero no a base de impuestos y de meter miedo al personal, sino adaptándonos a la situación. Y a estas alturas resulta obvio la necesidad de dotar a la nación de las infraestructuras necesarias para evitar determinadas catástrofes, en vez de andar eliminando embalses y sobre todo, echar a puntapiés de la legislación, ese discurso "ecolojeta" que impide la limpieza de ríos, torrentes, barrancos y bosques que a la postre, acaba convirtiéndose en el combustible que el agua o el fuego necesitan para multiplicar su acción destructiva .
En este tipo de situaciones, tenemos que estar especialmente atentos también al bombardeo de desinformación que conlleva. Baste recordar el uso que la SER hizo en su momento de aquellos terroristas suicidas que jamás existieron pero que fueron la chispa que terminó propiciando un vuelco electoral de sobras conocido. El sistema, no debemos olvidarlo nunca, tiene armas y estratégicas muy poderosas: la primera, mostrarnos la noticia con cuentagotas, dosificando la información a su antojo; segundo, criminalizar al adversario haciéndole quedar como un lelo a costa de noticias falsas que salen de sus mismos centros de desinformación y tercero, usar todo tipo de acontecimientos para legislar con la mordaza en la mano, imponiendo un discurso único pero prohibiendo a la vez cualquier disidencia. No entremos, pues, al trapo, en todo aquello de dudoso origen que nos llega.
Los gobiernos de corte "progre" como el español, basan toda su estrategia en mostrar al electorado que solo existen dos opciones: o ellos o los "fascistas", presentando a estos últimos como unos embusteros cuya única dedicación es la de difundir bulos con los que desgastar al gobierno. Esa criminalización constante es la que permite que sus votantes justifiquen todo lo malo que hacen los "suyos" al interpretarlo como un mal menor. Resulta entonces sencillo crear toda una serie de bulos que automáticamente contarán con los cooperadores necesarios del otro bando, que piquen de inmediato el anzuelo, víctimas de la indignación del momento. No hay más que ver como en estos últimos días, se ha desviado la atención colocando en el ojo del huracán a un Iker Jiménez a quien han hecho quedar como un tonto, vilipendiado por las furcias mediáticas de los Wyoming y compañía y como siempre, desviando la atención de lo verdaderamente importante.
Esa misma estrategia de criminalización del adversario es la que ha centrado la campaña de Kamala Harris, solo que afortunadamente, el tiro le ha salido por la culata. Gran parte del electorado norteamericano, consciente de la desastrosa gestión de Biden y Harris, ha apostado de manera inapelable por un Donald Trump, harto de que le vendan un modelo de sociedad creado en un laboratorio, en palabras de Lorenzo Ramírez, que es un auténtico despropósito y que no resuelve los problemas de la clase trabajadora norteamericana como tampoco los de la europea, incluida la española.
Se abre un nuevo período, en cierto sentido esperanzador, principalmente en dos vertientes: en primer lugar, con la esperanza de llegar a un alto el fuego que termine a corto plazo con esa guerra absurda en territorio europeo y en segundo lugar, con la necesidad de que la nueva administración norteamericana extirpe completamente las políticas y propaganda woke de las instituciones y centros de enseñanza, que tanto daño hacen al más estricto sentido común. Esperemos, en ese sentido, que a Donald no le tiemble el pulso y si arroja dichas políticas al más profundo de los avernos, la moda cruce el Atlántico igual que tantas otras.
José Luis Morales