EDITORIAL 21 DE AGOSTO
EDITORIAL
No son pocos los focos de atención informativa que han acontecido esta semana a pesar de haber estado inmersos en centenares de fiestas populares coincidiendo con la festividad de la Ascensión de la Virgen a lo largo y ancho de España. Buena noticia, pues, el haber recuperado tras tres interminables años nuestras tradicionales fiestas populares en las que muchísimos pueblos se han llenado de gente, reencontrándonos de nuevo con familiares y amigos.
Pero vayamos a la actualidad. Poco faltó para que el episodio del tren de Bejis culminarse en una tragedia de dimensiones terribles. Suponemos que se depurarán responsabilidades con la investigación abierta, pero lo que resulta evidente es que alguien no hizo bien su trabajo, dejando claro una descoordinación completa.
Aquí pasa lo de siempre: Testigos dando una versión, sindicato de maquinistas dando otra. Renfe y ADIF por un lado manifestando que nadie les avisó del riesgo que tenía dicho trayecto en ese momento y en ese punto concreto y el gobierno valenciano respondiendo que nadie desde Renfe les preguntó.
No resulta por ello extraño, ver como los medios han focalizado el debate de tal forma que la culpa se reparta entre maquinista y pasajeros cuando la principal tarea de investigación debería centrarse en buscar al responsable que mandó al tren que hacía el recorrido de Valencia a Zaragoza directamente hacia el infierno. Otra cosa está clara al margen de las responsabilidades que se deriven de lo ocurrido ¿Tiene algún sentido que en cualquier trayecto ferroviario no haya nadie más de la empresa ferroviaria que el maquinista?
Lo que no podemos olvidar de ningún modo es que España arde por los cuatro costados y nadie parece andar preocupado por tomar medidas y frenar este despropósito que arrasa miles de hectáreas. El grave incidente del tren es un aviso de lo que desgraciadamente puede ocurrir el dia que uno de los incendios acabe por descontrolarse de tal forma que unido a un cúmulo de circunstancias tales como la negligencia de algún alto cargo y un repentino cambio en la dirección del viento provoque una tragedia que por supuesto, nadie desea. ¿Soluciones? Pues al margen de culpar al consabido cambio climático de los siniestros, brillan por su ausencia.
Vergonzoso también el uso que hicieron grupos independentistas del acto de homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Inmersos en la paranoia que les caracteriza, esta gentuza, recordemos hermanada con los partidos que amparan al terrorismo etarra, defiende como hipótesis del atentado que todo estuvo organizado por el CNI con el fin de asesinar catalanes, una burrada a la que dan pábulo los mismos medios públicos catalanes de radio y televisión que controlan.
Quienes tenemos memoria recordaremos perfectamente que cuando el terrorismo etarra estaba en su máximo apogeo de sangre y terror, su entorno con el fin de justificarse, vertía la vileza de que el estado se dedicaba a llenar Vascongadas de droga con la que destruir a la juventud vasca. Lo que no eran capaces de explicar es como en aquellos años, a finales de los 70 y comienzos de los 80, la heroína arrasó con miles de jóvenes de todo el territorio nacional, no solo en el vasco. Sobran más comentarios.
Por nuestra parte respecto al problema separatista, nos mantenemos firmes: al independentismo catalán hay que descabezarlo por completo, ilegalizando partidos y grupos separatistas, cerrando TV3 y sacando sus sucias y embusteros garras de las aulas catalanas.
No obstante todo lo anterior, la noticia más preocupante de la semana gira en torno al número de nacimientos: la natalidad cae en este primer semestre de 2022 a mínimos históricos. En una conferencia celebrada hace unos meses en Zaragoza, Norberto Pico haciendo una lista de los principales retos y problemas en la actualidad, señalaba la baja tasa de natalidad como el principal problema para la supervivencia de nuestra nación. La cuestión parece obvia: España no puede tener un futuro que invite al optimismo si literalmente se queda poco a poco sin españoles. No hay más que ver cuál es la tasa de natalidad de la población inmigrante venida del Tercer Mundo para saber a ciencia cierta hacia donde nos dirigimos.
No quiero terminar este editorial sin hacer mención al enésimo acto de supina estupidez del indigenismo, que no es sino otro tentáculo más del globalismo. La alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha cambiado el nombre de la Avenida del Puente de Alvarado por el de Tenochtitlán. Imaginamos si en virtud de dicha reivindicación, el paso siguiente puede estar entre el retorno a los sacrificios humanos, el uso de taparrabos en las próximas sesiones municipales y ya puestos, desechar el uso de coches oficiales, ya que las cuatro ruedas no deja de ser un terrible recordatorio de lo que supuso para ellos, la conquista de los españoles.
José Luis Morales