9 de junio de 2024

Día de elecciones

Justo a la hora en que hoy publicamos el editorial, como cada semana a estas horas, habrán comenzado a abrirse centenares de colegios electorales para albergar las votaciones, esta vez al Parlamento Europeo.

Siempre que hay una votación o proceso electoral, es innegable que escuchamos los mismos tópicos de siempre en cuanto a la participación y al proceso. Sí que es necesario resaltar que se trata de unas votaciones que tienen más importancia de lo que la gente piensa y sobre todo, que la lectura que debe hacerse, debe andar lo más alejada posible de la pretensión de contextualizarla en clave nacional.

Como asociación cultural que somos, sin vinculación a ninguna sigla política concreta, pero con unos principios muy claros, resulta perentorio recordar que por encima de unas siglas determinadas o la famosa dicotomía entre izquierdas y derechas, el mundo y la sociedad actual se encuentra en un momento clave, donde la verdadera disputa se centra entre partidarios y detractores de la soberanía nacional o de la tiranía globalista.

La izquierda, haciendo gala de ese lenguaje hueco e irrisorio, pero tan efectivo sobre masas enteras de votantes, a quienes los medios y un sistema educativo pésimo han moldeado a su gusto, tiene muy claro el mensaje: hay que movilizarse para frenar a la llamada "ultraderecha". 

Básicamente y a grandes rasgos es su único programa electoral, sobre todo teniendo en cuenta que no pueden vender ninguna mejora significativa, ni política, ni económica, ni social.

Si, por el contrario, la interpretación que hacemos de estas elecciones tiende hacia lo razonable y el más estricto sentido común, sin duda conviene apostar políticamente, no solo en España sino en el resto de Europa por aquellas siglas que abogan por la desaparición de las imposiciones globalistas y esa espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas llamada Agenda 2030.

Es absolutamente fundamental que el resultado que salga de las urnas potencie de una vez por todas, partidos u opciones que apuesten en un primer lugar por el establecimiento de una política exterior europea mínimamente común, pero que abandone el servilismo y pleitesía hacia la política exterior norteamericana y de las grandes corporaciones mundiales que solo miran por sus intereses y que nos acerca muy peligrosamente a un nuevo escenario de guerra total y abierta pero nuevamente sobre suelo europeo, algo que ya manejaron magistralmente con dos guerras mundiales en el siglo pasado, cuya principal víctima fue Europa.

En segundo lugar, y no por ello, menos importante, está el tema demográfico y de la inmigración descontrolada, algo que está provocando un efecto claro de sustitución y de incremento de la criminalidad en cada vez más barrios y ciudades europeas. O se consigue tener ya una mayoría de parlamentarios contrarios a este proceso de invasión extraeuropea o el proceso desembocará irremediablemente en un conflicto étnico a perpetuidad, como ya se adivina en Francia.

El resto de cuestiones son también de una importancia vital. La imposición del globalismo y su único discurso está cercenando la libertad de expresión en la inmensa mayoría de países europeos. Prácticamente ya no se puede hablar en público de nada, so pena de que te acusen de difundir odio, quedando a merced de la violencia e ira woke, pero hay que seguir denunciando los problemas y males que nos aquejan sin tapujos: las políticas que vienen de la mano de la Agenda 2030 buscan la destrucción completa de nuestra historia, nuestra cultura milenaria, nuestras más arraigadas tradiciones y nuestras raíces cristianas.

Es primordial hacer frente, en todos los ámbitos posibles y el Parlamento Europeo es uno fundamental, al discurso oficial en torno al cambio climático con el fin de proteger lo poco que queda del sector primario, apoyando nuestra agricultura y ganadería y en consecuencia, nuestros paisajes y nuestros pueblos.

Es esencial defender el derecho a la vida y la defensa de la familia frente a las pretensiones y políticas de reducción de la población amparadas por la misma ONU, así como no ceder a otras pretensiones repugnantes como es la de ir regularizando poco a poco la pederastia, de igual manera que se hizo con el aborto, tras un proceso paulatino, diseñado a largo plazo, pero desgraciadamente, muy eficaz.

Decía Platón que el precio de desentenderse de la política era el de estar gobernado por los peores hombres. Es el momento óptimo para sacar a esos peores hombres de todos esos puestos que les permiten modelar la sociedad a imagen y semejanza de lo que los Soros o Bill Gates de turno quieren y sustituirlos por otros que antepongan el interés común y el de la nación sobre otros, así como la defensa a ultranza de nuestras raíces cristianas y de verdaderas políticas que beneficien al pueblo.


José Luis Morales