Editorial 25 de septiembre de 2022
Todos conocéis la reciente polémica sobre la famosa Sirenita. La multinacional Disney ha lanzado una nueva versión sobre el personaje que en su día crease Hans Christian Andersen y que la misma Disney popularizarse con el personaje de Ariel. La cuestión que nos atañe y que ha generado tanta controversia, es que en esta nueva versión, la famosa sirena es una niña negra.
Desde el primer momento en que aflorasen las críticas, los medios ¡siempre los medios! se han lanzado a degüello contra quién ha osado pronunciarse contra esta tergiversación del personaje. Su principal argumento, la expresión de felicidad de determinadas niñas negras al identificar el personaje con su propia raza. La coartada que justifica este cambio no es otro mas que el consabido y relamido argumento "progre" de que obedece a la contribución de la "visibilización".
Como no hemos nacido ayer, quienes nos oponemos a este pueril pero peligroso discurso globalista, sabemos perfectamente de que va esto. Cada vez que se habla de visibilizar a un determinado colectivo, dicha visibilización conlleva pareja la invisibilizacion de quien no está de acuerdo. No hay más que ver cómo se oculta de manera burda y cobarde o usando su lenguaje, se "invisibiliza" precisamente a determinadas culturas y razas, cuando cometen un delito o crimen.
No es el único caso donde personajes mitológicos, de cuento o incluso históricos como Ana Bolena han acabado adquiriendo un bronceado sospechoso. Aquí como con todo, nada es casual. Lo único que pretenden visibilizar con esta no tan inocente sirenita es hacer creer a las nuevas generaciones de niños que Dinamarca, Inglaterra, España o el reino de Camelot siempre han sido territorios donde la multiculturalidad ha existido desde el Pleistoceno, o lo que es lo mismo, es el argumento que necesita el puñetero globalismo para que nuestros hijos, nietos y bisnietos acepten ese multiculturalismo como algo ligado a nuestras más profundas raíces de manera natural.
Porque puestos a actuar de la misma forma, me pregunto: ¿Aceptaría la población negra una película sobre Pelé, Mandela o Michael Jackson interpretados por Leonardo Di Carpio? La respuesta es obvia: pondrían el grito en el cielo considerándolo todo un agravio, un insulto contra los suyos y tendrían toda la razón. Por otra parte, el hecho de que el aspecto del principal icono danés sea el de una danesa de la época en que Andersen la plasmó en un papel, no implica vejación, menosprecio, invisibilidad o insulto para ninguna raza, cultura o etnia diferente. Las cosas son como son y punto. Nadie debe ser despreciado por nacer en un determinado lugar como para andar enredando con estas cosas.
Porque esa es la cuestión y no otra. A quienes denunciamos que la llegada masiva de personas y culturas del Tercer Mundo nos están convirtiendo de facto en ese tercer mundo del que huyen, poniéndonos a todos en peligro, somos a quienes se nos tiene que tapar la boca y "reeducar", mientras el lobby inmigracionista usa la infancia de nuestros hijos y su plasticidad para hacerles creer que esa Europa histórica que algunos defendemos solo existe en nuestra imaginación "fascista" y por lo tanto enferma.
Si hay algo de lo que hace gala el globalismo liberal- progre continuamente es el desprecio por lo histórico, y la diabolización de lo autóctono europeo. Para ellos, todo lo que contribuya a desdibujar nuestras raíces, a relativizar nuestros valores o literalmente a terminar con estructuras que nos permitan adquirir una conciencia y una cohesión, como la familia, la sexualidad definida, el patriotismo o la fe católica es vilipendiado y vejado sin contemplaciones. No hay además, mejor vía para estos siniestros fines, que implantarlos en la sociedad desde la niñez como un caballo de Troya postmoderno.
No perdamos de vista por ejemplo que uno de los objetivos del Club Bilderberg como denunció Daniel Estulin, es un mayor control de la educación para que los globalistas puedan esterilizar el verdadero pasado del mundo y así manejar el presente a su antojo.
Tenemos varios ejemplos en el plano meramente cultural. En literatura podemos mencionar el famoso "1984" de George Orwell, donde retrata una sociedad cada vez más parecida a la actual en el que el pasado y la historia son borrados con el fin de alienar a la población a la que manejan como auténticos borregos, incapaces de pensar por sí mismos ni en las cuestiones más triviales.
El cine no ha sido tampoco ajeno a esa obsesión por el borrado histórico. En 1968 Franklin Schaffner reflejó de manera magistral en el archiconocido "El planeta de los Simios" un modelo social donde los simios desde la cúspide dominan a los humanos. Existe una zona prohibida donde reside la verdad de un pasado que una vez descubierto, se destruye para que todo siga como está. En la impactante escena final de la película, el protagonista Charlton Heston, descubre que nunca ha estado en otro planeta sino en su propia casa, pero afronta que la civilización ha sido arrasada por la barbarie, postrado frente a una estatua de la libertad semidestruida que así lo atestigua.
Por esa razón en nuestra asociación son muchas las veces en que hemos manifestado que la lucha de hoy no es entre izquierdas o derechas o una lucha meramente política, sino la lucha entre nuestra soberanía frente al globalismo, que no es otra cosa sino la lucha de la civilización contra la barbarie.
José Luis Morales